Lecciones personales
Los cambios no vinieron con previo aviso. Vinieron como tormentas que arrastran techos, viejos muebles y hasta las fotos que pensabas guardar para siempre. Me quedé mirando las ruinas y tuve que decidir: quedarme ahí, llorando sobre lo que fue, o empezar a reconstruir.
Reconstruir no es volver a lo que había: es levantar algo nuevo con las manos que temblaron, con los ojos que ya vieron demasiado y con un corazón que late distinto.
Al principio me negué. Quise recuperar lo de antes. Quise que todo fuera como antes del golpe, de la pérdida, de la traición, de la muerte. Pero entendí que la nostalgia puede ser una cárcel disfrazada de refugio.
Fue entonces cuando apareció algo inesperado: la gratitud. No por el dolor en sí, sino por la claridad que deja. Como cuando llueve y después el aire huele limpio. Me di cuenta de qué personas sí estaban, de qué valores sí me sostenían, de qué sueños seguían vivos a pesar de todo.
Valores
- No tengas miedo de romperte.
Las grietas dejan pasar la luz. Y a veces, solo después de romperte descubres quién realmente eres. - Lo que parece el final puede ser un comienzo encubierto.
La resiliencia puede ser un faro de esperanza
acobo Askenazi
Nada florece sin antes dejar caer hojas viejas. - Escucha más a tu intuición.
La mente engaña, la intuición susurra verdades.
La resiliencia puede ser un faro de esperanza
Jacobo Askenazi
Nada florece sin antes dejar caer hojas viejas.
- Escucha más a tu intuición.
La mente engaña, la intuición susurra verdades. - El tiempo enseña, pero solo si dejas de huir.
Mirar el dolor de frente duele más al principio, pero cura antes. - Sé amable.
Con los demás, sí. Pero sobre todo contigo mismo.
Legado
Si algo quiero que quede escrito, es que el sufrimiento no es el final de la historia.
Que incluso después de las peores noches, uno puede volver a amar, volver a reír, volver a empezar.
Aunque el cuerpo falle, la voluntad nunca se quiebra
Jacobo Askenazi
Que las cicatrices no restan belleza; la multiplican, porque cuentan una historia de resistencia.
Mi historia, tu historia, la de todos los que se han roto y vuelto a armar.
Ese es el verdadero legado: no que no dolió, sino que dolió y, aun así, aquí estamos.
Lecciones
- Nada está garantizado, salvo el momento presente.
Lo entendí cuando la vida me quitó cosas que creía seguras. Vivir aquí y ahora no es frase de libro: es la única verdad estable. - El dolor tiene sentido cuando se mira desde el alma, no solo desde la mente.
La mente pregunta “¿Por qué a mí?”; el alma pregunta “¿Para qué?” y encuentra respuestas que la mente nunca verá. - No estamos tan solos como creemos.
A veces la ayuda viene en forma de una persona, a veces en forma de silencio, de oración, de fe que no se puede explicar. - Soltar no es perder; es confiar.
Confiar en que detrás del vacío hay algo más grande que yo. Soltar no fue resignación, fue fe activa. - La gratitud es la oración más poderosa.
No importa si agradeces entre lágrimas: agradecer transforma el corazón y abre caminos invisibles. - Amar sin condiciones empieza por dentro.
Perdonarme mis errores, aceptar mis límites. Solo entonces puedo amar de verdad a los demás. - Todo cambia, incluso el dolor más profundo.
La impermanencia no es amenaza, es esperanza: nada dura para siempre, ni siquiera el sufrimiento. - Somos mucho más que lo que nos pasa.
Puedo perder cosas, personas, incluso fuerzas… pero la chispa interior sigue ahí, esperando ser recordada. - La fe se prueba en la oscuridad.
Creer cuando todo va bien es fácil; confiar cuando todo se rompe es lo que de verdad construye el espíritu. - Compartir el camino sana.
Hablar, escribir, acompañar a otros… me hace descubrir que las heridas pueden convertirse en puente.
Estas lecciones no vienen de libros ni discursos: vienen de noches sin dormir, de días que parecían no terminar, de palabras sinceras y silencios necesarios.
Determinación
Aprendí que, aunque muchas veces el cuerpo falla o la enfermedad avanza, lo único que realmente puedo controlar es mi decisión de seguir luchando. La determinación no siempre se ve como valentía heroica; a veces es simplemente levantarse una vez más, aunque sea con miedo y cansancio. Es seguir el tratamiento, presentarse a cada cita, soportar las agujas, las horas de hospital y, aun así, no perder la voluntad de seguir.
Empatía
Estar del lado del paciente me enseñó algo que no se aprende en ningún libro de medicina: la importancia de mirar a la persona detrás de la enfermedad. Entendí el poder inmenso de una palabra amable, de una mirada que no juzga, de un doctor o una enfermera que se toma el tiempo de escuchar. Descubrí que la empatía alivia un dolor que ningún medicamento puede calmar: el dolor del miedo y de la soledad.
Autocuidado
Con el tiempo comprendí que no basta con que los médicos hagan su parte; yo también tengo una responsabilidad con mi propio cuerpo y mi bienestar. Aprendí a escuchar mis límites, a respetar mi cansancio, a cuidarme no solo físicamente, sino también emocionalmente. El autocuidado no es egoísmo; es la base para poder seguir luchando, seguir amando y seguir estando presente para mi familia.
Paciencia
Aprendí que los procesos médicos no siempre avanzan al ritmo que quisiéramos. Los resultados tardan, las terapias necesitan tiempo, y la recuperación nunca es tan rápida como uno espera. Cultivar la paciencia ha sido parte de mi medicina: respirar hondo, aceptar el paso de cada día y entender que, a veces, el único camino es esperar con fe.
Comunicación honesta
Descubrí que hablar con claridad con mis médicos y con mi familia es esencial. Aprendí a decir cuándo algo me duele, cuándo algo me asusta, y a hacer preguntas aunque parecieran incómodas. La transparencia construye confianza y permite que todos —doctores, enfermeras, familia y yo mismo— estemos en la misma página.
Confianza
Confiar en los médicos, en sus conocimientos, en la experiencia acumulada. Pero también confiar en mi propio instinto, en escuchar a mi cuerpo y en decir “algo no está bien” cuando así lo sentía. La confianza no es ciega; es un acto de fe informado, sostenido por la relación cercana que se construye con quienes me cuidan.
Resiliencia
La enfermedad me enseñó que no siempre puedo evitar los golpes, pero sí puedo decidir levantarme. A veces no se trata de volver a ser quien era antes, sino de reconstruirme con lo que tengo ahora. La resiliencia es saber que, aunque la vida cambia, puedo seguir encontrando sentido, amor y propósito.
Gratitud
Incluso en medio del dolor, descubrí que siempre hay algo que agradecer: un día sin fiebre, una conversación sincera, el cariño de mi familia, la sonrisa de una nieta. La gratitud se volvió un escudo contra el miedo, y una brújula que me recuerda lo que realmente importa.
Hoy, después de tantas batallas vividas, quiero dejar por escrito lo que aprendí. No solo para mí, sino para quien algún día pueda leer estas líneas y encuentre en ellas un poco de compañía, consuelo o esperanza.
La enfermedad me cambió, pero también me enseñó. Aprendí que la determinación no es algo que se grita, sino algo que se vive: presentarse a cada cita, soportar cada aguja, cada noche de hospital, cada momento de incertidumbre. Aprendí que seguir luchando es, en sí mismo, un acto de fe.
Aprendí la importancia inmensa de la empatía: de aquellos médicos y enfermeras que no solo veían estudios y resultados, sino también me miraban a los ojos y me hablaban como ser humano. Y entendí que todos necesitamos ser vistos, escuchados y abrazados, especialmente cuando más frágiles nos sentimos.
Descubrí el valor del autocuidado: no solo del cuerpo, sino también del alma. Saber decir “hoy necesito descansar”, escuchar a mi cuerpo, respetar mis límites y no sentir culpa por cuidarme. Porque solo cuidándome podía seguir siendo esposo, padre, abuelo, hermano y amigo.
Cultivé la paciencia, porque las respuestas no siempre llegan cuando queremos. Y en esa espera, aprendí a encontrar valor incluso en los días difíciles.
La comunicación honesta se volvió parte de mi tratamiento: decir lo que siento, preguntar lo que temo, compartir lo que me duele. Hablar con franqueza me hizo sentir acompañado, comprendido y más fuerte.
Aprendí también a tener confianza: en los médicos, en los tratamientos, pero sobre todo en algo más grande que yo, que nunca he visto, pero siempre lo he sentido:
Baruj Atá Hashem Elo-nu Mélej HaOlam, Shehejeianu Vekiimanu Vehiguianu Lazman Hazé
Bendito eres Tú, Ado-ny nuestro Dios, Rey del universo, que nos has dado vida, nos has sostenido y nos has permitido llegar a este momento.
Y al mismo tiempo, aprendí a confiar en mí mismo: en mi intuición, en mi voz interior, en mi capacidad de resistir.
La resiliencia me enseñó que no siempre podemos volver a ser quienes éramos, pero sí podemos ser alguien nuevo, diferente, con más cicatrices, pero también con más profundidad.
Y por último, la mayor lección: la gratitud. Agradecer cada día que despierto, cada abrazo, cada palabra de aliento, cada momento compartido. Agradecer incluso los días difíciles, porque me recuerdan que sigo aquí, que sigo teniendo la oportunidad de amar, de aprender y de dejar algo de mí.
Escribo esta carta final no como un cierre, sino como un testimonio: la vida, incluso cuando se vuelve frágil, sigue siendo vida. Y mientras podamos respirar, abrazar y decir “gracias”, seguimos estando vivos de verdad.
Con todo mi corazón,